Vivo orgullosa de ser de Cali y me moriré así. Diciendo chuspa y armando parche para irnos de borondo. Cantando a grito herido "Cali, pachanguero", "Cali ají" y "Oiga, mire, vea"; hablando duro, siendo exagerada y relajándome en exceso. Soy feliz de encontrar en cada esquina manga poma, grosellas y chontaduro, entrando a las panaderías y pidiendo paMdebono sin guayaba por dentro.
Las curvas en exceso de cuerpos en todas las tonalidades, tetonas, culonas, pero siempre con qué llenar un jean, con o son bolsillos. La alegría, algo que también es parte de la plaga que somos. Plaga que se va a contagiar sólo las cosas buenas que tenemos.
Sobreactuadas porque ojalá no tuviéramos que buscar oportunidades en otra parte y en nuestra ciudad las dieran todas. En Cali, donde a las cinco de la tarde se huele las ceibas con la brisa desde los farallones, ahí donde de la oficina a la casa es máximo media hora de tráfico, la Cali que recibe a todo el mundo con gusto; eso ha de ser bien raro para algunos..
Pero entendemos que no somos fáciles de asimilar, lo que pasa es que amargarnos nunca va a pasar. Por eso asumimos las cosas que siempre tienen para decirnos. Sigan buscando más motivos para odiarnos, hay millones. Me voy a menear el champús, no sea que se me pegue en la olla.
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