martes, 26 de agosto de 2014

A la muerte

No sé ni cómo saludarte, pocos de los que te acompañan lo hacen con gusto, pero creo que lo normal sigue siendo "hola".

Todavía recuerdo nuestro encuentro, hace poco se cumplieron seis años. No me hago muchas preguntas sobre ese día, pues prefiero dejar los recuerdos donde están, sin ahondar. Sin embargo, hoy te escribo sin ánimo de pelear; no vale la pena cuando se sabe que al final, así no sea ahora, siempre vas a ganar.

Hace unos meses, volviste a ser la asidua visitante de la ciudad donde nací. Regresaste para revivir tus hazañas de la década de los noventa, donde eras la reina con ese andar parsimonioso que sin afán se lleva hasta las sombras a su paso. Te gusta Cali, te gusta porque te emplea. Te gusta este país que tiene un lugar especial para vos, un lugar atado a la realidad que ya se vive sin asombro. Pero eso no te sorprende, aquí vivís hace más de 200 años.

Te escribo porque hace 11 días, tu trabajo se me llevó la alegría. Fuiste por dos personas de la forma más cruda que podías buscarlos. Tal vez me digás que vos sólo los recoges, que no controlás la forma en que llegan a ese estado; pero para mi, todo es harina del mismo costal. Ella, una mujer inteligente, bonita, alegre y madre; él, divertido, responsable, detallista y padre. Los recogiste en la entrada de su casa, ¿Los recordás? De pronto, y por un corto instante, quizás me llevaste también, porque sentí que no hacía parte de este tiempo, cuando al otro lado del teléfono me decían que se habían ido, para no volver.

No estoy preparada para vos, quizás no sepa si cuando querás que te acompañe, pero al menos estoy segura de cuando se trata de la gente que quiero. ¿Cómo entenderte si cuando se van con vos, no vuelven? Condenar un sentimiento a extrañar, es infame. No te culpo, ni siquiera sé quién te puso a hacer ese trabajo, sólo no puedo quererte.

Viví momentos muy difíciles y confusos, de lágrimas y rabia. Todavía se me escapan reclamos, creo que lo haré por mucho tiempo, vos no sos fácil;  no lo sos.

Quiero pedirte un favor, quizás sea muy atrevido, pero hay algo que quiero te demorés en llevar: Mi abuelo. Sé que el tiempo no para y vos debes estar hablándole en susurros, pero dame la oportunidad de cumplirle algunas promesas; dejame llenar el corazón de sus miradas y coleccionar sus abrazos, para que el día que no de más espera, no me vuelva loca buscándolo. Dame un poco más de tiempo, te lo pido.

Sé que es inútil despedirse de vos, para los finales estás bien entrenada. Alejate de nosotros por un momento, dejanos respirar sin el miedo a que sea la última vez, regalanos la oportunidad de disfrutar los días sin frases que inviten a que lo hagamos porque no sabemos cuándo lo vamos a perder. Nunca tuve miedo de vos, hasta que supe que podías dejarme sola.

Nos veremos, de eso no hay duda.

domingo, 17 de agosto de 2014

Caleña, ¿Y qué?

Quisiera entender porqué a alguien puede llegar a molestarle la forma en que otra persona se viste, habla, canta, baila o come. Tiene uno que tener una vida muy aburrida o buscar incesantemente la atención para sentir malestar y hasta odio por ese tipo de cosas.

Vivo orgullosa de ser de Cali y me moriré así. Diciendo chuspa y armando parche para irnos de borondo. Cantando a grito herido "Cali, pachanguero", "Cali ají" y "Oiga, mire, vea"; hablando duro, siendo exagerada y relajándome en exceso. Soy feliz de encontrar en cada esquina manga poma, grosellas y chontaduro, entrando a las panaderías y pidiendo paMdebono sin guayaba por dentro.

Las curvas en exceso de cuerpos en todas las tonalidades, tetonas, culonas, pero siempre con qué llenar un jean, con o son bolsillos. La alegría, algo que también es parte de la plaga que somos. Plaga que se va a contagiar sólo las cosas buenas que tenemos.

Sobreactuadas porque ojalá no tuviéramos que buscar oportunidades en otra parte y en nuestra ciudad las dieran todas. En Cali, donde a las cinco de la tarde se huele las ceibas con la brisa desde los farallones, ahí donde de la oficina a la casa es máximo media hora de tráfico, la Cali que recibe a todo el mundo con gusto; eso ha de ser bien raro para algunos..

Pero entendemos que no somos fáciles de asimilar, lo que pasa es que amargarnos nunca va a pasar. Por eso asumimos las cosas que siempre tienen para decirnos. Sigan buscando más motivos para odiarnos, hay millones. Me voy a menear el champús, no sea que se me pegue en la olla.

sábado, 9 de agosto de 2014

No todo residuo es sobrante

Propiedad de Platillos Voladores
Foto tomada de: http://platillosvoladores.com.co

Todo, absolutamente todo lo que se cocine en una paila y se remueva con cagüinga es una exquisitez. La gastronomía vallecaucana se adorna de manjares que atraviesan una escala de sabores desde lo más simple hasta lo más dulce, salado, ácido, preciso y culposo.

Del maíz tengo el mejor recuerdo, algunos parajes de mi infancia circundan entre costales de granos amarillos y blancos, calor y molinos;  todo derivando en arrobas de masa que serían, con dedicación y buena mano, arepas, empanadas o tamales. Aunque una “Buena cuchara” poco discrimina la comida, siempre resulta un rechazo hacia los alimentos que viven de los residuos de otros, del maíz y sus masas: La carantanta.

Patrona de la sopa, esta corteza seca, simple y crocante es ambrosía de la más olvidada; pero para fortuna de quienes nos negamos a sacar de la dieta lo que los demás quieren pasar por alto, “La Alameda”, al sur de Cali, hospeda entre sus calles un local que desde hace 30 años, tiene la misma fachada, olores, colores y cálida atención.

“Productos San Luís” se ubica en la carrera 25 # 7A -27, comparte andén con tradicionales como “Pollos Bucanero”, “Quesera La Costa” y “La Sirena”. Famosos por sus arepas, empanadas, marranitas, pasteles de yuca, dedos de queso y otras tantas delicias; se ha quedado en el álbum mental de los caleños por ser el único lugar donde se encuentra la carantanta, tan fresca y lo suficientemente sabrosa como para permearnos de gloria con cada pedazo que se  come.

Color ocre tostado, punticos residuales de maíz, el lado que se pega a la paila liso y el interior corrugado, esta cáscara bondadosa no sufre de envidias ni odios y nos deja embeberla en guisos, carnes, sopas; cualquier cosa con la que no haya más que apreciar y valorar su inolvidable sabor. La temperatura ideal para su consumo es ambiente, el ambiente de una tarde tropical que se deje llegar con una brisa de los Farallones, acompañada de una fría lulada y escoltada por un par de buenos amigos, bienvenida a la mesa.   


Pd: También existe la carantanta de maíz blanco a la que aplican las mismas recomendaciones, dese el gusto, no todo residuo es sobrante.