lunes, 16 de septiembre de 2013

Cría cuervos

"Los años no llegan solos" y a veces creo que es verdad. La nostalgia es una cosa muy berrionda y si al atacar, agua el ojo, la cosa es de inmensurable.

Por estos días analizaba un grupo de niños que no pasa de los 10 años, veía la forma en que se comunicaban y me transportaba a mi propio lugar de infancia. No hay absolutamente nada en común. Yo la primera vez que dije "Hijueputa" me tapé la boca rápido y logré recuperar el premolar que perdí con la "volteada de mascadero" que me dio mi mamá. Quisiera que no me diera tristeza pensar en eso, lo digo porque cada generación tiene derecho a crear sus propios mecanismos para justificar su existencia, hasta que les toque de verdad, vivirla a consciencia. Pero, me lamenté. Luego me quejé, alegué y me enojé.

Soy adicta a vanagloriar los fabulosos años ochenta y he descubierto que ese afán viene de impedir que muera en mi memoria, el espacio dedicado a mi niñez. Aunque no me corresponde toda la década, como si la de los noventa, no me siento impedida para hablar de los vagos recuerdos que voy rellenando con fotos y videos. Es que no hay punto de comparación, no quisiera discriminar, pero rasparse las rodillas y hacer show por el incipiente ardor del Isodine, nunca va a reemplazarse por partirle la cabeza a un gladiador de ocho brazos con un control de una consola, y ojo, que mi SNES es uno de mis tesoros. Tampoco le quito su cuota de entretenimiento al XBOX y demás, pero creo que la generación que hoy la disfruta, raya en los 30 años y a nosotros nos criaron comiendo tierra pa' que el cuerpo agarrara vitaminas.

La televisión, sufrió la transformación obvia, el país en general lo hizo. Gaviria y su apertura económica, puso a competir el producto nacional con el importado, algo así como un TLC pero sin la L, porque de libre nanay cucas. La novedad, acompañada de la "am-visión" de los empresarios, el voz a voz de quienes ya habían conquistado el otro lado del charco y el espíritu de Adam Smith dando vueltas por las élites de la economía local; llevaron a que nos volvieran a conquistar. Aún así, el material que ingresó por la "caja mágica", estuvo enfocado en un entretenimiento sano, mayormente educativo, de los jóvenes que apenas nos realizábamos con tener más de 10 canales.  Hoy en día, y poniendo un ejemplo equitativo, mis ratones/humanos, nacidos en marte, comen chitos al lado del reloj de Ben; mi sueño de ser periodista, inculcado por la gran Abril O'neal, es una mínima aspiración puesta junto a la de ser reina de belleza a los cinco años con coronas en los dientes, bronceado perfecto y una mamá maltratada por unos caprichos.

Me quejé, porque si soy una loca compulsiva de las papelerías, es por ese afán de conseguir todos los materiales para hacer lo que hacían en esos programas de manualidades; porque rodarme en una balinera, entre más artesanal mejor, justificaba que llegara con media suela de zapato menos. Hoy en día ni en los comerciales se percuden las medias y en las jugueterías pasan más tiempo los papás que los hijos. Sí, es que además, ya somos la generación que está reproduciéndose.

Alegué porque por culpa de unos dulces ultramegaelaborados, ya no consigo motitas en la tienda de la cuadra. El sandi no tenía comerciales con pingüinos y se vendía como arroz, los jingles eran perfectos, tanto que siguen haciendo eco... "¿Sabes a qué sabe Quipitos?...". Hacer mercado en Mercafé, sin mirar la fecha de vencimiento de las cosas, hoy toca escoger las grasas trans que menos taponen la arteria. Ya no podemos comer tranquilos.

Y entonces me enojé. "Evoluciona con el mercado", pero el mercado no me gusta, al menos no en su totalidad. Yo prefería reunirme un domingo a ver "Quiere cacao" que escuchar al vecino alegar porque eliminaron a su participante favorito del reality de turno.

Ya no tengo 10 años y mis preocupaciones exceden las tareas y el tumbis de la lonchera del peladito que me caía mal en el salón. Pienso en lo que quiero para mis hijos y dimensiono la tarea de criarlos pa que no sean tan obtusos como yo ni tan desgraciados como Honey Boo-Boo, quizás lo entienda cuando ya estén aquí y no pueda ocultarles que se hacen llamar actores unos modelos encerrados en 60 mts2, o que como el sabio Lavoe decía, "La calle es una selva de cemento" y posiblemente sea mejor quedarse encerrado y posetiado con una consola que buscando "males" afuera; tal vez les ponga Wall-e todas las noches para que tengan miedo de ser unos rechonchos encallados en unas sillas que no hacen nada por sus vidas. No tengo clara la estrategia aún, pero tengo mucha fe, finalmente todavía hay gente que va a los conciertos de Jorge Barón.

1 comentario:

lucasan dijo...

Varias de las razones por las que los hijos no están en mi panorama.

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